jueves, 19 de noviembre de 2009

Crónicas III...


Delfos… 590/ a.C

Ver la cabeza de un legionario romano rodando por el suelo, no afectó en absoluto a Stavros, era parte del trabajo que el rey Leónidas le había asignado, mientras viviera acudiría al llamado de Esparta, y por supuesto al de su rey. Caminó entre los cuerpos mutilados hasta que al fin lo encontró, un legionario sin una pierna que desde el suelo suplicaba por su vida, Stavros arrancó una lanza de uno de los cadáveres cercanos y se la clavó en el cuello, el legionario murió ahogado en su propia sangre.

“No dejen a nadie con vida…” había sido la orden directa de Leónidas, aquello era más fácil que tomar prisioneros, así que después de haber ganado la batalla, Stavros caminaba por ahí buscando sobrevivientes para ultimarlos.

Stavros tenía alrededor de unos 9 años cuando los sabios ancianos espartanos descubrieron su innata habilidad para matar, durante un entrenamiento él había asesinado a su compañero con sus propias manos, como era costumbre en Esparta, después de eso fue confinado a un bosque para poner a prueba su instinto de supervivencia, valentía y fuerza, algunos años después Stavros regresó a casa, entonces Leónidas lo convirtió en líder del más sanguinario batallón de espartanos, Stavros sabía que contaba con el favor del rey.

Después de confirmar que los miles de cuerpos regados por el suelo eran solo cadáveres, Stavros se sentó en una roca y empezó a limpiar la sangre de su espada. Admiró el desolado paisaje, su ejército gravemente disminuido por la batalla, acarreaba cadáveres de hombres mujeres y niños a una gigantesca hoguera, sonrió… solo faltaba tomar la ciudad costera de Ernak, y habría terminado el dominio total de las principales ciudades griegas.

Uno de sus soldados se acercó arrastrando por el cabello al único sobreviviente de la batalla, una sacerdotisa con la ropa empapada en sangre, pero intacta. “Mi señor, que haremos con esta mujer” preguntó.

Stavros levantó la vista y la fijó en los ojos azules de la sacerdotisa que luchaba para ser liberada, “Maldito asesino” gritaba “pagarás por todo lo que has hecho”. Todo sucedió muy rápido, un destello de plata y el sonido del acero cortando el viento, la mujer aún tenía la boca abierta, entonces su cabeza se desprendió de su cuello y cayó al suelo.

“Arrojen ese cuerpo a la hoguera, levanten las tiendas y descansen, mañana partiremos” ordenó Stavros.

A lo lejos un par de buitres arrancaban pedazos a los cadáveres. El soldado, tomó el cadáver de la sacerdotisa por la muñeca y se lo llevó arrastrando, entonces sucedió algo que por primera vez en la vida le hizo sentir como se hela la sangre.
Fue como si el tiempo se hubiera detenido, la cabeza de la sacerdotisa abrió los ojos, estaban completamente en blanco, empezó a hablar con una voz demoníaca…

“A orillas de Estigia yacen, los malditos por culpa tuya, el lamento de los que aun no nacen, es lo único que los arrulla…” dijo, entonces la cabeza empezó a arder.

Stavros frunció el ceño se puso de pie y se dirigió hacia las barcazas, Ernak estaba demasiado cerca como para esperar. Se acercó a un grupo de soldados que estaban descansando sobre unas rocas y a uno le dio una patada en las costillas.” ¡Alístense!” gritó, “¡partiremos de inmediato!” un soldado se acercó.

“Señor, los refuerzos aún no llegan, somos muy pocos, y el rey…” no alcanzó a terminar pues Stavros le había clavado la espada en el estómago, retiró la espada y empujó el cuerpo hacia la hoguera.

“¿Alguien más quiere esperar?” preguntó, sus ojos destellaban de furia, ninguno de ellos le quitaría la gloria…

Al mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, un pequeño grupo de barcas cruzaba el océano en dirección a Ernak, por la cabeza de Stavros no dejaban de zumbar las palabras de la sacerdotisa, ¿Qué habría querido decir?, cerró los ojos para concentrarse en su objetivo.

Cuando los abrió a lo lejos se erguían unas puertas conforme las barcazas se acercaban a la playa, cuando encallaron, los soldados corrieron hacía las puertas, oyeron un ruido sordo y durante un momento el cielo se volvió negro.

“¡Escudos!” gritó Stavros, miles de flechas caían rápidamente sobre sus soldados, sin embargo la advertencia de Stavros había sido demasiado tardía, muchos de sus hombres terminaron cubiertos de pies a cabeza con flechas. Entonces se escuchó un grito de batalla, las puertas en Ernak se abrieron despacio y un ejército de centuriones corrió hacia ellos blandiendo las espadas, eran demasiados, uno por uno los soldados de Stavros fueron cayendo hasta que al final solo quedó él con vida.
Realmente necesitaba esos refuerzos…

Los centuriones lo desarmaron y le pusieron una horrible golpiza, Stavros terminó bañado en sangre, después arrastrándolo de los brazos, lo llevaron ante la presencia de la emperatriz de Ernak, una hermosa mujer de piel canela y grandes ojos marrones. La mujer se inclinó y le limpió la sangre del rostro.

“Stavros, has sido un espartano excelente, pero por tus acciones mereces residir eternamente en el Tártaro” El odio con el que la emperatriz había dicho esto no pudo ocultar la dulzura de su voz.

La emperatriz se incorporó y asintió despacio con la cabeza, uno de los centuriones se acercó, Stavros seguía perdido en los hermosos ojos de la mujer, por encima de su cabeza vio como el centurión levantaba su espada, Stavros bajó la cabeza resignado y cerró los ojos, el sonido del acero cortando la carne y el ruido sordo de algo pesado que golpea el suelo.

Rodeado de los miles de soldados que él mismo asesinó, Stavros me observa desde la orilla ir y venir a través de la laguna Estigia, parece que al fin entendió las palabras de la sacerdotisa espera que me apiade de él y lo cruce para que él pueda cumplir la condena que le espera en el Tártaro, pero sin el óbolo eso nunca ocurrirá…

Caronte, Barquero de Estigia; Memorias prohibidas del Hades…

Crónicas II...


West Virginia...1840

La crin marrón del caballo se movía con el viento, llevaba galopando cerca de una hora, por supuesto sus rodillas cedieron por el cansancio y cayó de bruces, el jinete voló por los aires y cayó al suelo.
" Maldición "dijo...
Se puso de pie, se acercó al caballo y le dió una patada en el hocico.
" Bueno, no importa,ya no me siguen... "
De uno de los costados del caballo colgaba un saco, el hombre tomó el cuchillo que tenía en una polaina y cortó la cuerda que lo sostenía, una sonrisa se dibujó en su rostro cuando el sol se reflejó en los cientos de monedas de oro que llenaban el saco.
" Supongo que tendré que caminar " pensó.
Se amarró el saco al cinto, se acomodó el sombrero y emprendió la caminata.

William Sanders era el ladrón mas famoso de toda Virgina, en cada comisaria del estado, había un cartel con su rostro, se ofrecían 50,000 monedas de oro por su captura vivo o muerto, muchos cazarecompensas habían tratado de hacerse con él, pero todos habían sufrido el mismo destino; una leyenda decía que la velocidad y precisión que William tenía con el revólver era sobrehumana, que había hecho un trato con el mismísimo Beelzebub para obtenerla.
Por supuesto, el hombre no era inmortal, era solo un hombre y tenía dos debilidades ampliamente reconocidas, el whisky, y las mujeres...

William dio el último trago al whisky, depositó unas monedas en la barra y salió de la taberna de Joe, tambaleándose se dirigió al prostíbulo mas cercano, ahí de entre un gran numero de mujerzuelas eligió a la que consideró la mas hermosa, una rubia de grandes senos.
La encargada del prostíbulo le informó que esa era una de las mujeres de más elevado precio, William estalló en una carcajada, obtuvo un puño de monedas de oro y se las arrojó en el rostro.
Aquella madame recogió las monedas y durante unos segundos escudriñó el rostro de William, entonces chasqueó los dedos y un pequeño se acercó.
" Lleva al señor a la mejor habitación disponible" le dijo " y ofréceles una botella de nuestro mejor whisky " la mujer le guiñó un ojo al pequeño.

El pequeño condujo a William y a la rubia a una gran habitación hermosamente decorada y salió, William se acostó con la mujer..., unos minutos después,el pequeño reapareció en el umbral de la puerta con una botella de whisky añejo, William se relamió los labios... el pequeño tomó dos vasos y sirvió, William brindó con la mujer y bebió todo de un trago, los labios de la mujer ni siquiera rozaron el borde del vaso. Los ojos de William empezaron a obscurecerse.

Cuando reaccionó, un hombre fornido con capucha estaba atándole una soga al cuello, estaba de pie sobre una plataforma con las manos atadas a la espalda y un contingente de personas delante de él gritaban de júbilo, miró hacia la derecha y de la comisaria salía aquella madame con un saco, el sheriff le agradecía plenamente.
Bajó la cabeza y se percató que su saco de monedas le había sido robado, frunció el ceño y escupió a sus pies.
El verdugo se acercó a él y William notó su peste a opio.
" Que dios se apiade de ti " le dijo al oído en voz baja.
Tiró de una palanca, por debajo de los pies de William se abrió de golpe una trampilla, mientras caía al vacío en la multitud notó al pequeño del prostíbulo que sonreía y le decía adiós con los dedos de una mano levantada, los siguiente que escuchó fué el sonido de su cuello rompiéndose...

Ahora William reside en el Cuarto círculo del infierno, atado de pies y manos a un madero prácticamente despedazado, siente como cientos de moscas carnívoras devoran poco a poco sus entrañas, Beelzebub mira pacientemente desde lo lejos, así, se cobra el favor...

Al menos eso es lo que mi madre me ha contado...

William Sanders Jr...

domingo, 15 de noviembre de 2009

Crónicas...


Inglaterra... Enero de 1307

El juez de cabello platino se puso de pie furioso, con la palma abierta golpeaba su mesa y a gritos pedía orden en la corte, mi abogado se sentó despacio a mi lado, su argumento, a pesar de haber sido una completa patraña había sonado tan convincente que provocó un gran revuelo entre el jurado y los asistentes, inclusive yo había creído esa mentira, con eso estuve seguro que me salvaría de ser decapitado... sonreí
"¿ A cuántos declaran inocentes de haber violado a tantas niñas?" pensé...

Entonces recordé como había conocido a aquel hombre de nombre Taylor, huía desesperadamente de los guardias de la corona, mi carrera me condujo a una cabaña semi destruída, ahí habia un vagabundo que me miró sonriendo enseñándome sus dientes amarillentos desde un rincón...
" Se lo que hiciste, y puedo ayudarte..." dijo.

El vago padecía de la peste y a ratos tosia sangre sobre sus arapos, me aseguró que con la ayuda de su amigo me declararían inocente.
" Su nombre es Mammon, pero prefiere que lo llamen Taylor..."
El hombre me pidió que me dejara arrestar, me aseguró que no me harían daño, por alguna extraña razón confié en él. Me arrestaron y me llevaron a juicio.

El momento de la verdad llegó, el veredicto...
" Encontramos al acusado inocente de todos los carogs que se le imputan"
No cabía de la felicidad, salimos de ese lugar, la gente nos veía con repudio pero no nos importó, nos metimos a una taberna y ordené dos gigantescos tarros de cerveza, Taylor negó el suyo y a cambio pidió una copa de vino tinto.
"¿Cómo podré pagarte?" pregunté..
" Descuida, estamos a mano, solo quiero que me prometas algo... no grites..."
Extendió su mano frente a mi, la estreché sin saber el significado de lo que acababa de decir,aunque me tuvo sin cuidado...

Desde ese momento no volví a ver a Taylor, regresé a Escocia a mi humilde hogar, encontré a mis suegros llorando desconsoladamente, mi esposa había sido asesinada, me enteré que dentro de poco condenarían a su asesino, el juicio que se celebraría era solo por integridad, había pruebas suficientes para declararlo culpable en el momento...

Sediento de venganza asistí al juicio, y al conocer al abogado de mi asesino quedé helado, era Taylor, aunque tenía otro color de cabello y de ojos, era la misma voz y la misma horripilante labia mordaz que me habían salvado el pellejo. Hice lo único que podía hacer, robé una daga y me corté el cuello...

Ahora, sintiendo como me abraza el fuego del infierno, escribo estas palabras en mi piel arrancada y utlizando mi sangre como tinta, a lo lejos, escucho la risa de Taylor y la tos de aquel vagabundo.
El fuego duele tanto que quiero gritar, pero no lo haré.

Al fin y al cabo, hice una promesa...

Stewart Morris, Segundo circulo del infierno...